Limosnas para el alma
Hay un lugar en Ánima Mea al que todo viajero va a dar limosna. Es un sitio apacible, tranquilo, no hay mendigos ni pedigüeñas. Tan sólo...
Hay
un lugar en Ánima Mea al que todo viajero va a dar limosna. Es un sitio
apacible, tranquilo, no hay mendigos ni pedigüeñas. Tan sólo un gran
espejo, como todos en la ciudad, roto en mil pedazos, y un pozo con
fondo donde los peces se ahogan entre monedas.
Al
mirar el reflejo poliédrico de uno mismo, el viajero descubre todas sus
partes en una sola mirada. Se ve a sí mismo como lo ven otras personas,
como lo han visto todas las personas a lo largo de su vida. Y suele
ocurrir que los fragmentos que captan más su atención son aquellos que
muestran un lado desagradable, un lado egoísta o un lado cruel. Porque,
al fin y al cabo, cuando se emprende el viaje a Ánima Mea, se hace con
la intención de cambiar, y este espejo roto refleja de forma cruda todo
aquello que nos sobra.
En
un gesto instintivo, tras haberse observado a sí mismo, el viajero
arroja unas monedas al pozo, como una expiación a través de un pago
simbólico por todo aquello que hizo mal arrojando las sombras de las
dudas.